Si
bien los primeros bailarines de tango fueron algunos de los personajes
destinados a entrar en la mitología porteña (entre
los que se cuentan los compadritos y las chinas cuarteleras), la
costumbre, adoptada por algunos varones de la burguesía,
de concluir sus noches de fiesta en locales de mala fama en los
que se bailaba el tango, favoreció el ascenso social de este
género desde los ambientes de emarginación hasta los
espacios "decentes", entre los que se contaban las "casitas"
(casas a menudo dirigidas por mujeres -María la Vasca y Laura
figuran entre las más famosas- y alquiladas durante una noche
para organizar una fiesta). Algunos de los compositores pertenecientes
a la Guardia Vieja tocaron tangos en esas casas, así como
en los cafés de verano (donde los bailes se desarrollaban
al aire libre). Durante los días de fiesta, el tango era
bailado también en los locales de las Sociedades Recreativas
y en estos casos eran ejecutados por rondallas (conjuntos formados
por violines, guitarras y bandurrias) (Novati & Cuello, 1980).
Mientras tanto, la edición de tangos para piano permitió
el ingreso de esta música, despojada de su peligrosa coreografía,
en el hogar doméstico, donde las jóvenes alegraban
las veladas familiares con la ejecución de piezas populares.
La coreografía del tango, cuyos elementos improvisatorios
habían disminuído a raíz de su difusión
masiva, adoptó formas fijas en materia de figuras (mientras
los aspectos creativos se desplazaban a los estilos destinados a
la exhibición de espectáculo).
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